sábado, 19 de enero de 2008

La apuesta

Verano de fines de los ochenta. Estamos el Chino, el Pelo y su admirado webmaster en casa de nuestro oriental amigo, recontra aburridos y sin nada que hacer. Aún estamos pimpollos como para ir a un bar a tomar unos tragos, así que nos conformamos con tomarnos, caleta, una chela en la sala del chino mirando al parque. Afuera pasea en bicicleta su vecina Johana, una rubiecita de ojos verdes que llama mucho nuestra atención. Cansada de dar vueltas por el barrio sin encontrar a nadie, vuelve a entrar a su casa. Le preguntamos al chino por ella, Toshio estalla en una carcajada fantasmagórica -si, esa risotada que hace temblar las estructuras de cualquier edificación- y ofrece darnos su número.
-¡Ya, cual es su fono, al toque! -le digo.
Entonces el Pelazo, cuando no, lanza un comentario venenoso:
-Para que quieres su fono si no la vas a llamar -¡auch!, eso me dolió.
-Guarda ahí, gusano -me pongo saltón-, te apuesto tres chelas a que la llamo.
-Si, cuñao... te doy media caja si la llamas.
-¡Sale! -ni monse para quedarme.
-Pero tienes que hablar con ella diez minutos, ¡mínimo!-añade poniendo cara de muy pendejo.
Lo pienso un rato... es media caja... ¡qué chu!...
-¡Ok! -acepto.
Tomo asiento al pie de la escalera, junto al teléfono. El chino vuela a buscar su agenda, regresa con el número en la mano y, todo desconfiado, disca él mismo el fono de la flaquita. En el segundo piso aguarda el Pelazo con la oreja pegada al otro anexo para monitorear la conversa.
El chino espera a que el teléfono de Johana timbre, me da el auricular y sube corriendo la escalera para sentarse, cachete con cachete, junto al Pelazo a escuchar todo lo que tenga que decir. Se cagan de la risa, les digo que se callen carajo que los van a oir. Alguien levanta el teléfono en la casa del costado, nos quedamos mudos.
-Aló -contesta una chica.
-Aló, ¿Johana? -pregunto tímidamente.
-¿Si?, ¿quien habla?
-Hola, Johana, te habla Bruno - ¡Chess! no se me ocurrió otro nombre, cruzo los dedos y espero que me confunda con algún conocido.
-¿Bruno? -pregunta extrañada.
-Si, Bruno... ¿no te acuerdas de mi? -replico con voz casi suplicante, media caja está en juego.
-Mmm... -odio oir esa horrenda consonante... debí haber escogido otro nombre... por un instante pienso que no voy a llegar ni a treinta segundos-. ¿Bruno? -agrega tras una pausa-, ¿el amigo de Carla?.
-¡Si!, ¡Bruno!, ¡el amigo de Carla! -repito cual loro.
-¿el primo de Raúl? -me sigue dando cuerda.
-¡Si!, ¡Bruno!, ¡el amigo de Carla!, ¡el primo de Raúl!, ¡cómo estás! -le respondo de lo más fresco.
-Ehh... ¡bien!... ¡bien!... -responde contenta-. ¿Y cómo tienes mi número? -cambia a intrigada.
Buena pregunta -pienso.
-Ehh... me lo conseguí por ahí. No te molesta, ¿no?
-¡No!, ¡no!.... es... es sólo que me extraña...
-¿Si?, ¿qué te extraña? -le pregunto.
-Pues... -baja el volumen y cambia de tono- ¿porqué me llamas a mi? -no sé qué decirle-. ¿No deberías estar llamando... no sé... a Carla? -pone énfasis en Car-la.
¡Caigo!, No sé quien será este Brunito, pero tiene algo con Carla y el muy pendejo está llamando ahora a la amiga... ni modo, pido disculpas al viento por los efectos adversos que esta conversación pueda traer y me dispongo a honrar una apuesta. Oigo las risas del chino y el pelo bajando las escaleras, par de aguantados... quieren ver el teatro.
-Pero... -respondo en tono calculador- Carla no tiene porque enterarse que te estoy llamando.
-No sé... -me responde alargando una "e" kilométrica. Parece pensarlo.
-¿Y tú crees que a Carla le moleste que te llame?, no lo creo... no pasa nada, flaca. Somos amigos, ¿no? -agrego con un cinismo impresionante, poniendo el parche antes que la cosa reviente.
-Bueno, si -responde alargando las palabras- pero... Carla es mi amiga...
-Y también es mi amiga -le digo.
-¿Si? -me responde con ese tonito de no-te-creo-ni-tu-nombre.
-Si -le digo.
-Pero... ¿acaso tú y Carla... no son más que amigos? -me desarma.
La cosa empieza a ponerse picante.
-¿Te parece?, no... somos amigos nomás... -respondo en tono abierto, tratando de minimizar la relación que pudiera existir entre Carla y mi supuesto yo.
-¿Si? -me responde con el mismo tonito-, digo... -continua- por lo que vi en la fiesta me pareció que ustedes eran más que amigos.
-Ah, la fiesta -digo.
-Si, la fiesta de Reynaldo, pues... tú estabas con Carla... ¿no te acuerdas?...
Qué interesante, me conoce de una fiesta -pienso. Continúo atando cabos.
-Bueno, si... pero normal, ¿no?, ¿acaso no puedo llamar a una amiga?-insisto.
-Si... normal, pero digo... yo soy amiga de Carla... -otra vez los tonos largos.
Ni conozco a Carla y ya empieza a caerme chinche. O sea que no puedo llamar a Johana porqué estoy con Carla, ¡que tal raza!, me dispongo a poner las cosas en su lugar.
-Pero Carla no va pensar nada -le digo-. Somos amigos y no hago nada malo llamándote, ¿no?
-Bueno... no... -responde algo incomoda-, pero igual, digo, me parece -putamadre, me cansan sus iteraciones.
Presiento que no voy a llegar lejos por ese camino, Johana no quiere chocar con su amiga Carla y si no me cuelga es porque me quiere pulsear... quiere conocer la clase de gusano con que está su amiga y hasta donde me atrevo a llegar... pero tampoco debo precipitarme... son diez minutos...
-Entonces, normal pues, no te paltees -bajo el tono.
-Bueno... -me sigue.
-¿Y tú, qué tal?, ¿cómo has estado? -el reloj sigue corriendo, el Pelazo suda frío, ¡ha apostado media caja!
-Ahí, bien...
No me dice nada más, como que no quiere hablar conmigo, aunque tampoco me quiere cortar. El chino me hace señas, te faltan cinco minutos, si, cinco más... no quiero regresar a lo de Carla y no sé de qué más le puedo conversar... a no ser que... me lanzo:
-Tú vivías por Cabo Gutarra, ¿no? -le pregunto.
-Ehhh, si... ¿cómo sabes? -se pone saltona.
Upss, ¿se supone que no debía saber eso? -pienso.
-Ehhh, Carla me contó -le digo.
-¿Sí?, ¿y qué más te ha contado Carla? -se me achora.
-No, nada, sólo eso...
-¿Y cómo así? -puedo leer entre lineas un "acaso han estado hablando de mi".
-Lo que pasa es que el otro día estuve jugando fulbito por allí -le digo, medio barajándola.
-¡Has estado jugando fulbito por aquí! -auch, esa subida de volumen me dolió-, pero ¿tú no vives por la casa de Carla? -añade.
Upss, Carla otra vez, me terminó de caer chinche esa flaca.
-Si... pero a veces bajo a jugar fulbito por ahí con unos amigos -improviso, creo que casi laca.
-Mmm... ¿estás seguro que eres Bruno? -pregunta tonta, lo sé, pero juro que me la hizo.
-¡Si!, ¡Bruno!, ¡el amigo de Carla!, ¡el primo de Raúl!... ¡el de la fiesta, pues!
-Mmm... -otra vez esa horrorosa consonante, luego silencio, luego Johana vuelve a su cauce.
Debo manejar con pinzas la información que se supone no debería de tener. La rueda sigue avanzando.
-Tu tienes un hermano, ¿no?.
-Si, tengo dos, ¿porqué?.
-Ah... pues, creo que esa vez estuve jugando con el menor.
-¿Si?... ¿y cómo sabes? -se muestra cautelosa.
-Pues, se parecen... tenía tus ojos... se llamaba Beto, y Carla me dijo que tenías un hermanito como de su edad.
-¿Así?... bueno, sí... puede haber sido... pero él sólo juega en el parque frente a mi casa... ¿tú has estado jugando en el parque frente a mi casa? -pregunta incrédula.
-¿Vives frente al parque?, ¡no sabía! -¡cayó! sigo dándole vueltas al pollo.
-Sí -responde con auténtica sorpresa.
-¿Ese donde hay una virgencita?
-¡Sí! -suena aún más sorprendida. Este Brunito debe haberle resultado una auténtica caja de sorpresas... o una pulga en el trasero, una de dos.
-Bueno, entonces sí, he jugado allí. ¡Qué gracioso!. Quizás conoces a unos patas que hice por allá, uno se llamaba Daniel, vive frente al parque con su abuela.
-Ah, Daniel, si lo conozco más o menos.
Silencio otra vez, creo que debió haber pasado un batallón completo de ángeles junto a Johana... de esos que gustan robarle la voz a las chicas bonitas.
-Sabes, la otra vez fui a una reunión por allí -digo para romper el hielo- y estuvimos tomando unos traguitos -empiezo a complicar la trama- y más tarde aterrizó una mancha que no conocía, con tu hermanito.
-¿Si? -me sigue atenta.
-Si... oye, tu hermanito es medio... es medio...
-¡Es medio qué! -no me deja completar la oración, suena angustiada, creo que me entendió que medio maricón... me da un ataque de risa, me apuro en tranquilizarla.
-Digo... tu hermano y su manchita son medios juergueritos -sigo riendo.
-Ahh -espira aliviada... luego le sale de nueva la hermana mayor- ¿Y Beto estuvo tomando? -me pregunta- porque él sabe que no puede tomar- controladora, la flaquita.
-No, no, le dimos un vasito de ron con maracuyá nomás, tranquilo.
-¿Y qué hacía mi hermano con los grandes?
-No sé, creo que venían de jugar y pasaron por allí a saludar al del cumpleaños. Pero al rato vino tu hermano mayor, creo, y se lo llevó.
-Ah, ya. -tranquilita.
El chino me hace una T con las manos, tiempo cumplido, que ya cuelgue, que el teléfono está caro. Chino tacaño, como si tú pagaras el fono.
Me despido de Johana: te llamo otro día, OK, cuídate, tú también, chau, bye.
Cuelgo el teléfono y levanto los brazos: ¡Quiero mi media caja!
El Pelo se hace el loco, se caga de la risa y pretende olvidar la apuesta, cuando no... ¡Pelazo!. El chino propone un desempate. El Pelo debe hablar el mismo tiempo con otra flaquita. Toshio busca nombres en su agenda, se caga de la risa, el Pelo arruga la nariz, un atisbo de su incipiente misoginia... pero esa es otra historia.
Semanas después el chino me presentó a Johana.
-Hola, soy Bruno -le digo sonriendo.
-Hola, Johana -se presenta, achica los ojos, me queda mirando.
No recuerdo de que hablamos esa tarde, pero si tengo grabada la mirada de Johana... más que escucharme, parecía estar contrastando mi voz con la de aquel extraño que la sorprendió semanas atrás por teléfono, sobretodo mi risa.
Yo, fresco, inmutable, conversaba y bromeaba con el chino y los amigos de su barrio que iban saliendo de sus casas conforme se guardaba el sol. Formamos un círculo que ocupaba la vereda y parte de la pista como luciérnagas bajo la luz del poste. Johana era el foco de mi atención, escuchaba y reía, miraba y no miraba, parecía adivinar quien era yo, pero no decía nada. Después de todo, no eras una rubia tonta... pensaba.